jueves, 3 de mayo de 2012

La Lima Actual

Lima puede tener muchas caras, pero solo una identidad. A pesar de todos ser diferentes y tener diferentes características(culturales y económicas), pertenecemos a una sola ciudad la cual no podemos ignorar su situacion por que estamos en ella todos los días. Se viven a menudo los mismos problemas y somos testigos de como esta ciudad crece y crece cada vez más.













Día del vendedor peruano




Sucesores de lo que en la Lima colonial se conocía como pregoneros omercachifles, comerciantes de poca importancia, según definición de la Real Academia de la Lengua Española. Estos personajes ya no van recordando la hora por la exactitud con la que aparecen, ni cantando las bondades de sus productos como antaño lo hacían, sino más bien buscan la oportunidad de negocio.

Desde manualidades, flores, llaveros, tarjetas, globos, vinchas, polos, pósters y demás souvenirs, entre otras cosas, podemos encontrar en su vasta oferta. Y a diferencia de los canillitas o vendedores de golosinas, quienes en estos tiempos modernos ya cuentan con un quiosco y no dependen de fechas festivas, ellos recorren la ciudad promocionando a viva voz sus novedades.

No es difícil entonces ir a un parque y encontrar al “señor de los globos multicolores”, o a un estadio y ubicar al chico de los gorritos de arlequín con la insignia de tu club favorito, “llévelo, caserito, para que se sienta más el apoyo al equipo”, te dicen al ofrecerlo. Los buses de transporte público también son una fuente de clientes potenciales. Allí se ofrecen desde cepillos de dientes hasta herramientas básicas para el hogar y todo a precio de ganga.
Y para ser vendedor, no necesitas vestir formal y tener una cartera amplia de clientes. Más bien se debe tener ingenio, ganas de trabajar y un poco de capital para empezar. “Walter”, un joven que vende souvenirs de la selección peruana, afirma: “Este negocio tiene sus ventajas y desventajas, todo depende de cómo se desarrolle el ambiente previo al partido”, y si el equipo viene ganando, pues también eso se verá reflejado en sus ventas.
Los conciertos musicales y las fechas religiosas tampoco son ajenas, para quienes consideran este tipo de ventas como una oportunidad de trabajo. Además así comenzaron muchas personas que ahora ostentan grandes negocios, en galerías y almacenes.
En 1997, cuando el Mercado Central del Centro de Lima era más visitado en sus afueras que en su interior, el alcalde de ese entonces, Alberto Andrade Carmona, desalojó a los ambulantes y reordenó el comercio en la zona. Ese ejemplo fue imitado en otros distritos de la ciudad y también en provincias.
Sin embargo, esto no eliminó el “oficio”, sino más bien lo reinventó, por ello la búsqueda constante de la “ocasión” para sacar adelante el negocio. Ser vendedor en el Perú, no es un trabajo fácil como muchos piensan, sea formal (grandes empresas), medianamente formal (negocios o tiendas pequeñas) o el informal (los de ocasión o ambulantes), cada cual hace su lucha día con día, pues convencer a una persona, muchas veces puede resultar una tarea complicada, sobre todo en estos tiempos donde vender no depende del carisma del vendedor o de la calidad de lo que te ofrecen, sino de cuánto está dispuesto a gastar nuestro comprador.
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jueves, 26 de abril de 2012

SI SE PUEDE!

La gente limeña del sector popular y los migrantes provincianos, con bajos recursos y en su mayoria sin estudios tienen menos oportunidad conseguir empleo pero no hay nada que los impida seguir, en las calles, en las combis, al pie del semaforo, en los puentes, cuantos lugares, no importa cuantas horas al dia se pasen caminando, soportando el calor, sin poder sentarse, siendo maltratados, pero siempre con una idea fija de seguir luchando, motivados ya sea por llevar sustento a una familia o un sueño propio, su principal herramienta de trabajo son sus manos y su creatividad, si no encuentran trabajo se lo inventan siempre hay una manera de poder salir adelande, en esta lima caotica y muchas veces discriminante. 













LIMA EN QUIOSCO











martes, 10 de abril de 2012

LA CALLE ES EL CIELO




Es la muestra que contiene las fotografías que a lo largo de su vida realizó  Daniel Pajuelo. Su trabajo como lo dice el título de la muestra se centró en las personas y grupos anónimos de gente cuyas acciones cotidianas o actividades configuraron la  identidad, el momento, el eros y el tánatos de la décadas de los 80s y 90s en el siglo pasado, fundamentalmente en ése espacio concurrente, espontáneo, imprevisible, fluido, vital y anónimo que es la calle.
Es un sistemático esfuerzo por retratar la identidad, los elementos sustanciales del colectivo social, de grupos marginales, de quienes sienten que ese laberinto que es la calle, no solo lleva y trae, no sólo va y viene, sino fundamentalmente contiene, es medular a la idea de quienes somos, de que está armada esa identidad que sin el otro, sin la otredad no es finalmente identidad.

Los lugares más fotografiados por Pajuelo eran el cerro El Pino, El agustino, Comas y los temas que más se presentan en sus fotografías es la vida en la noche, la gente, la delincuencia y la pobreza entre otros que lo pusieron en contacto con los barrios populares de aquella época

De la misma manera, Pajuelo también documentó gráficamente algunos momentos del mundo andino a partir de las fiestas y eventos que en nuestra sierra conforman los espacios de convivencia social estimulados bajo el sentido de la celebración costumbrista, la fiesta patronal, el aniversario de la localidad o simplemente el encuentro festivo o festejante de quienes viven en el espacio andino, espacio de dolor y pena, espacio de atraso y pobreza pero igualmente espacio de resistencia, de lucha, de persistencia, como en el decir de Arguedas: Kachqaniraqmi (todavía seguimos aquí), espacio de alegría vital, de tenacidad en medio de la adversidad.
El gran aporte de Pajuelo lo constituye el hecho que en medio de una vorágine de violencia y terror como la vivida en la época del terrorismo, él antepone la imagen cotidiana, la esperanza, la ironía, la compleja respuesta vital desde lo que retrata en el rostro de una niña, de una madre, de un vendedor ambulante, de un trabajador callejero, de un callejón cuesta arriba o cuesta abajo, o hasta en el aleteo de un ave en el amanecer del nuevo día, todo eso es representado de la manera más emotiva y apasionado por el ojo del fotógrafo.

Ojo avizor, lente preciso, instinto constante para saber en qué parte de esa calle celestial uno puede encontrar los ángeles o los demonios que pueblan nuestro país, que definen el momento de peruanidad que a Pajuelo le tocó vivir en esas décadas finales del siglo XX hasta que finalmente falleciera en el año 2000.



Además de las fotografías expuestas en la Casa O’Higgins, que queda en el jirón de la unión, la Escuela Nacional Autónoma de Bellas Artes y en la Municipalidad del agustino, también se incluyeron intervenciones urbanas, murales y gigantografías, las cuales fueron elegidas por los propios vecinos del Agustino, en el Centro de Lima y El Agustino que cuenta con la participación de artistas urbanos como Entes y Pésimo, El Waa, Eliot Túpac, Marco Sueño, Decertor, entre otros.
Otra actividad que se realizará referente a la muestra de Pajuelo es un concierto en El Agustino con la participación de los Mojarras, una banda muy fotografiada por él, Nación Combi y Olaya Sound System.
La Calle es el Cielo es organizado por la Facultad de Ciencias y Artes de la comunicación junto al departamento de Comunicaciones de la PUCP, y en su curaduría están Susana Pastor y Ángel Colunge. Todo esto forma parte de la Bienal de Fotografía, organizado por la Municipalidad de Lima y el Centro de la Imagen.

La Calle es el Cielo va del 19 de marzo al 24 de junio como parte de la Bienal de Fotografía de Lima.





LAS FOTOS DE LA MUESTRA

El Agustino. 1998.

Cerro duro y difícil, cerro de una de las primeras invasiones de Lima, y mientras más arriba uno va encuentra también más pobreza. En medio de ella se enseñorea un gallo, sus aletazos parecieran ser un intento en vano por volar.
 Maderas y troncos, y hasta una escalera recuerdan el oficio del dueño de la humilde vivienda, un albañil, y la pobreza que merodea completan la imagen, vacios cordeles con ganchos plásticos, latones y maderas que arman la entrada de la casucha, y la presencia de una mujer absorta en una lectura, quizás lee una revista, quizás el diario del día anterior, quizás una carta de la familia, pero lee algo que ha de ser como los aletazos del gallo, un intento por volar de aquel lugar.
Y al fondo, abajo, la ciudad que devora sueños, que picotea más que un gallo, que no necesita de navaja o espuela, una ciudad que es como un coliseo, alguien pierde, alguien gana…Ave María.






“Camión”. Carhuamayo. Setiembre 1994. Daniel Pajuelo/Archivo PUCP



Carhuamayo es una ciudad singular en el Perú, pertenece a Junín pero su cercanía mas notoria es con Cerro de Pasco,  y no es un hecho cualquiera, no es un detalle o anécdota geográfica, porque la calle de Carhuamayo retratada por Daniel Pajuelo es más cerreña que de Junín, no en vano se encuentra a más de 4,000 mil metros de altura. Ciudad fría y gélida, pampa de vientos que corren como alma que lleva el diablo. En la muestra se comentaba que hasta ahí llegó Daniel Pajuelo para retratar eso que era una de sus pasiones, las fiestas costumbristas.
La foto muestra a un danzante o bailarín de esas fiestas patronales, vestido con ropas bordadas, con su manta cruzada al pecho, con una especie de mascaypacha o corona incaica con adornos, las manos con guantes de lana para protegerse del frío, al lado un escudo que recuerda la gloria incaica.
Y el personaje de la imagen se encuentra recostado en el camión, sentado en el parachoques, no es un camión cualquiera sino uno de los más poderosos, de esos que como decían las propagandas de camiones: “hechos para los caminos del Perú…” , esos mismos caminos que son los que nos llevan a las fiestas patronales, a las fiestas costumbristas, ahora inmortalizadas en la foto de Daniel Pajuelo.


“Equilibrista”. Circo Estrella. Mayo 1992. Daniel Pajuelo/Archivo PUCP.

No hay alegría mayor que el Circo, no hay más deleite o felicidad que una carpa de desteñidos colores colocada en medio del arenal, de la pampa, del terral de un pueblo joven, no hay más deleite que escuchar la música del circo desde un parlante viejo y gangoso, no hay mayor felicidad para los niños que ver un circo en el barrio.
En los circos peruanos, los osos y las focas de los circos europeos han sido reemplazados por gatos, famélicos monos, chuscos perros, o perras como es el caso de la que se aprecia en la foto.
No hacen malabares con la nariz, ni giran pelotas ni se montan encima de ellas, tampoco reciben un pescado de premio como en el Sea World de Miami, pero como todo animal domesticado saben subirse sobre unas cuerdas y hacer ese acto mortal que es avanzar sobre una escalera de cuerdas y sogas.
El circo Estrella, o el Tony Perejil, o cualquier circo de barrio tienen esos cándidos detalles, esas curiosas maneras de llegar al inquieto público, han cambiado todo el oropel y la fastuosidad del circo que cuesta caro y vende sus entradas en Teleticket por la sencillez del piso de arena, del equilibrio a 5 metros de altura sin mallas de protección, o de perritos caseros que como sus dueños apenas esperan ganarse el pan de cada día en estos inolvidables espectáculos.


“Escalera”. El Agustino.1986. Daniel Pajuelo/ArchivoPUCP

Cuesta arriba en la mira del  fotográfo,  o cuesta abajo en la situación del hombre inmortalizado en esta imagen. Estas inagotables y laberínticas escaleras de El Agustino (podría ser el Cerro San Cosme también) sirven de espacio, de calle común para quienes viven “junto al cielo”.
Una escalera como proyección de algo, como vía y camino, como sendero para ir o venir, para subir o bajar es la imagen que Daniel Pajuelo nos ha dejado de esa ciudad de su época, de una ciudad muy singular.